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leopoldoalas

EXORDIO

Nunca se dejó de hablar en tercera persona de los males que aquejan a nuestro país. Empezaron a hacerlo a finales del XIX los regeneracionistas de la generación del 98. Continuaron los librepensadores de la elitista Institución Libre de Enseñanza, aquel college para señoritos de la burguesía progresista. Siguieron con el cuento sus vapuleados herederos de las generaciones de la posguerra. Retomaron la antorcha los chicos terribles del 68. Y enseguida, la exquisita gauche divine y los novísimos culturalistas. Los maleducados no han dejado de advertir que la educación era peor que deficitaria, sin que nadie se esforzara realmente en sentar las bases de una buena educación pública para todos. Los envidiosos no han dejado de señalar la envidia como el gran pecado capital de nuestro país, ni de denunciar los privilegios ajenos sin la menor intención de renunciar a los propios. Desde la mediocridad más patente se ha denostado a los mediocres que crean redes solidarias para cortar el paso a los individuos que destacan y evitar que les hagan sombra. Personas sin ningún talento han clamado contra el desprecio del talento. Se ha hablado con desdén de la gente, de la masa o incluso de la chusma, desde dudosas atalayas, como si los habladores pertenecieran a una casta incontaminada por esas lacras endémicas. En las Españas, el cojo se burla del cojo, el engreído del engreído y el tonto del tonto. Somos incapaces de vernos a nosotros mismos, de poner remedio en nosotros a las deficiencias que tan claramente reconocemos en los otros, a quienes llamamos “los demás”, como si en efecto estuvieran de más, como si sobraran. En nuestro país de ciegos, al tuerto se le saca el otro ojo antes que permitirle reinar. Se denuncia la intolerancia desde la intolerancia más agresiva y no hay mayor fascista que el iracundo que increpa a los fascistas. Hay altivos caballeros y damas progresistas que, si la tragedia volviera a desatarse, encabezarían los más sangrientos ajustes de cuentas convirtiendo en checas sus salones. Y muchos de los que denuncian la quema de libros no dudarían en alimentar nuevas hogueras con los libros que consideran verdaderamente despreciables. Pequeños tiranos claman contra la falta de democracia y, en nombre de la vida, se organizan las más siniestras danzas de la muerte. ¡Quién tuviera un espejo para mirarse a sí mismo! Sólo empezarían a cambiar las cosas si de una vez por todas sustituyéramos la persona del verbo y nos habituáramos a indicar en primera lo que tanto tiempo llevamos indicando en tercera. Pues hasta la fecha, siendo honestos, lo único que nos ha unido -desgarrándonos- a los ciudadanos vasallos y vengadores de las Españas son nuestros defectos.

2 comentarios

Elantxobeta -

Muy bueno. Sorprende.

Raquel -

Prelistada en el directorio de Bitacoras.com :)

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Gracias :)