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El Mundo/ UVE / LAS PERLAS (1-8-04)

"LA TELEVISIÓN ES LA PATRIA"

Leopoldo Alas
Cualquier noticia que se quiera minimizar, si la das en un breve, pasa de largo. Pero si la pones en portada, a cuatro columnas, también. Vivimos unos tiempos tan absolutamente inanes, crueles, inestables y desnortados, que en el fondo (luego también en la superficie), lo que mejor los expresa es el reality televisivo. Al final, en su coherente zafiedad, la televisión es nuestra patria, y ya en verano ni te cuento. Vivimos un mundo raro, raro, raro. Me decía hace poco Boris Izaguirre que la telerrealidad es el principio de un lenguaje televisivo genuino. Es cierto. Antes de Gran Hermano, la televisión se servía de los lenguajes de otros medios: la radio, el teatro, el cine. Pero en la telerrealidad encontró su verdadera naturaleza. Y la gente se ha ido acostumbrando a ella porque la necesitaba. Esta semana, Rufino, el padre de Mónica, la virgen de La casa de tu vida, abandonó el plató escandalizado por la oferta que le hacía una aguerrida empresaria: 250.000 € a cambio de la virginidad de su hija, con la colaboración del gigoló Ariel. Lo cierto es que el padre, un recto moralista que libra en la tele su cruzada para diversión de las gentes, fue desenmascarado, puesto que él es el primero que comercia con la virginidad de su hija. La dialéctica ficción/realidad, llevada a la telerrealidad, es el juego de espejos que más fascina a la audiencia soberana. ¿Qué es farsa y qué es verdadero directo? ¿Qué es pagado y qué es gratis? ¿Qué es un montaje y qué es espontáneo? Jordi González, con su delicioso acné y sus orejas de gnomo listo, como un Doctor Spock catalán a los mandos de una nave que en verano necesita a sus mejores capitanes para no perder la ruta, sabía bien que acababa de cruzar el Mississippi cuando, ante el desplante de Rufino, dijo mirando a cámara: “¿Se ha ido? ¡Que no cobre hoy! ¡Olé! ¿Os ha gustado?” Eso es hacer televisión. Luego hay cosas escabrosas, como la insinuaciones que hizo Karmele Merchante respecto a que alguien pudiera hacer fotos al cadáver de Carmen Ordóñez. En la telerrealidad no existen jerarquías. Da igual ser mejor que peor. Cada cual es como es y el hecho mismo de ser, no importa cómo, atrae a los espectadores por encima de la moral, de la estética y no digamos de la capacidad intelectual, que escasea y raramente es creativa. Warhol puso el primer mandamiento: los quince minutos de fama que cualquiera podría tener en el futuro. Estaba anticipando la esencia de la televisión, que es de este siglo. Aunque técnicamente naciera en el XX, su espíritu la estaba esperando en el XXI. Tiemblo sólo de pensarlo.

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