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ARTÍCULOS DE "EL MUNDO". Sábado 10 de enero de 2004

El Mundo / M2 / Corazón de Madrid / Viva la vida

La vocación teatral mueve a sus fieles en un círculo cerrado de severos notables / "Dakota", con Carlos Hipólito al frente, es una obra que tiene premoniciones / El estreno de este montaje en el Albéniz congregó a la crema de la dramaturgia

EL TEATRO ES UN REDUCTO DE ALGO QUE SE ME ESCAPA

Leopoldo Alas
Será carencia mía o hartazgo, que es mucho decir porque he sabido mantenerme al margen de tan exquisito cadáver. Pero el teatro no me parece de este mundo. La vocación mueve a sus fieles en un círculo cerrado de severos notables, practicantes y aspirantes. Me acerco muy de tarde en tarde a sus misas, estrenos como el del jueves en el Albéniz, de la comedia rayante (juega con las trampas de la mente) Dakota, de Jordi Galcerán, que ha sido un éxito en Barcelona. Dirigida por Esteve Ferrer, con Carlos Hipólito, Elisa Matilla, Juan Codina y Ángel Pardo. Sería demasiado decir que el teatro en España es uno de los últimos reductos del pensamiento no único, aunque a muchos les gustaría oírlo. Era el primer gran estreno desde que murió de un infarto la mujer que ha dirigido el Albéniz los últimos 18 años. Y yo pensé: “Se nota, se siente, Teresa Vico está presente”. En la actitud sombría de muchos espectadores. Hipólito, que es un gran actor, verbalizó ese sentimiento al final de la representación como verbaliza al Carlitos de los Alcántara. Pero en esta obra no cuenta lo que pasó sino lo que va a pasar. Tiene premoniciones, sueños que anticipan la muerte de su primer hijo o la infidelidad de su mujer con un colega protésico dental, que su obsesivo delirio de celos hará realidad. No soy buen espectador de teatro. A la salida, me contó Paz Santa Cecilia que en algunos taxis de Cuba han puesto un dispositivo en el asiento trasero que activa el contador en el mismo instante en que el viajero se sienta. Se me ocurrió que en las butacas de los teatros podrían colocar un detector de cabezadas, frecuentes entre espectadores familiarizados con otros ritmos después de todo un siglo de cine. También porque muchos arrastran el cansancio del día. Y no me refiero a Dakota, cuyo cartel tiene algo de anuncio de Freixenet, con sus burbujas. Ni al selecto público que llenaba la sala, empezando por Santiago Fisas, el nuevo Consejero de Cultura de la Comunidad. Vi a Flotats salir flotando tras asistir a un montaje que bebe de Arte, aunque el motivo sea menos brillante: en la sobria y eficaz escenografía de Ana Garay, en la iluminación de Juanjo Llorens. ¿Pero qué digo, si el teatro ni me va ni me viene? Que estaba la crema y nata. Que Vicente Molina Foix repetía florero. Que Antonio Gala, a la salida, se deslizaba como un espectro vivo. Que la Asquerino lleva el pelo casi como Alaska, que Bibiana estaba imponente. Que vi a Andrés Amorós, al maestro Eduardo Haro, al chispeante Manu Berastegui, al joven actor Enrique Alcides y a la directora María Ruiz. ¿Y qué se puede hacer por el teatro más allá de subvencionar a sus profesionales, garantes de una musa periclitada? Yo haría lo que estuviera en mi mano por favorecerlo pero quede claro que, por fortuna no es asunto de mi competencia. Doctores tiene y le sobran.

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